El virus del VIH es el más complejo al que se enfrenta la ciencia. Más de tres décadas después de la detección de los primeros casos, todavía no existen vacunas para prevenirlo, ni para curarlo, pero sí fármacos antirretrovirales que contienen el desarrollo del sida en el paciente infectado. “No sabemos si seremos lo suficientemente inteligentes como para sobrepasar a este virus tan diabólico”, afirma el investigador José Alcamí en el Día Mundial de la Lucha contra el Sida, 1 de diciembre

La complejidad del VIH,  escollo para doblegar a un virus diabólico
En verde, células infectadas por el virus del sida. Fotografía tomada con microscopio de fluorescencia. Unidad de Inmunopatología del Sida, Instituto de Salud Carlos III.
  • 1 de diciembre, 2016
  • MADRID/EFE/ANA SOTERAS

Pero la investigación sobre el VIH no se ha estancado, en opinión del responsable de la Unidad de Inmunopatología del Sida del Instituto de Salud Carlos III (ISCIII) de Madrid y coordinador de la red de Investigación en SIDA, ya que en el último año “se han logrado progresos técnicos gigantescos que permitirán aplicar los tratamientos en la vida real a un coste razonable”, indica el experto en una entrevista con EFEsalud.

Por ejemplo, explica, se ha demostrado que utilizar en una vacuna un complejo de tres proteínas de la envuelta del virus unidas en lugar de una única proteína produce un efecto inmunizador más eficaz. “Generar vacunas triméricas -de tres proteínas conjugadas- representaba un coste enorme hace uno o dos años y sin embargo se está consiguiendo una metodología que permite hacerlo económicamente viable”, señala Alcamí.

El científico advierte, sin embargo, de que todavía se desconoce "cuál es la buena proteína y el buen anticuerpo que nos ayude a tener la buena vacuna o a curar a los pacientes infectados, pero el día que lo tengamos podremos aplicarlo”.

El científico José Alcamí en el laboratorio del Centro Nacional de Microbiología del Instituto de Salud Carlos III de Madrid. Foto ISCIII
El científico José Alcamí en el laboratorio del Centro Nacional de Microbiología del Instituto de Salud Carlos III de Madrid. Foto ISCIII

Y es que la complejidad del VIH hace que, aunque ya existan anticuerpos que en macacos han demostrado que pueden proteger y ayudar a curar, la capacidad del virus para reproducir variantes resistentes a esos anticuerpos hace que no funcionen “con la eficacia suficiente como para introducirlos ya en el mercado y tratar a los pacientes”, lamenta el bioquímico.

El prototipo ideal de anticuerpo es aquel que consigue llegar a la diana de este virus que es muy habilidoso a la hora de esconderse al haber generado una serie de mecanismos que le permiten formar un escudo y eludir la acción de los anticuerpos.

“La buena noticia -manifiesta Alcamí- es que entre los miles de anticuerpos que sintetiza un paciente, existen los que, como misiles, logran atravesar el escudo del virus y de la mayoría de variantes virales, pero la mala noticia es que son pocos, solo un 1 o 2%, por eso debemos enseñar al sistema inmunológico a que fabrique un 80-90% de ese tipo de anticuerpos. Eso es un gran desafío”.

Anticuerpos bloqueantes

Otro reto es conseguir que esos anticuerpos, además de atravesar la estructura del virus y reconocer la gran diversidad de variantes virales, tengan la fuerza suficiente para bloquearlo y para eso debe reconocer las proteínas de la superficie viral con una gran potencia.

Generar estos anticuerpos que bloquean la mayoría de variantes del VIH y con la fuerza suficiente es un proceso que realiza el sistema inmunológico y que, en el caso del VIH, necesita al menos dos años.

Sin embargo, para generar anticuerpos de este tipo frente a otros virus como el ébola o el zika el organismo solo invierte unas semanas.  Esta “lentitud” del sistema es debida a la complejidad del virus del SIDA y le otorga una ventaja que el sistema inmunológico no conseguirá recuperar.

Pasos que marcan una hoja de ruta que se implantó hace unos diez años, “cuando vimos que todo lo que se estaba haciendo no servía para nada y dejamos de utilizar prototipos que no funcionaban. En ese momento muchos investigadores, desde el laboratorio, decidimos dar un paso atrás y averiguar cómo actúa el virus, la estructura de sus proteínas, los mecanismos de entrada, la respuesta inmune de los pacientes infectados y sobre todo identificar anticuerpos realmente eficaces, comprender sus propiedades, fabricarlos...”, señala.

Unos años en los que se ha generado el conocimiento sobre qué tipo de vacunas se necesitan y en los que ha progresado técnicamente para que sean aplicables cuando existan.

“Pero todavía no podemos fechar el momento del éxito, ni saber cuál es la nueva estrategia pero es impresionante la inversión que está realizando tanto económica (sobre todo en Estados Unidos) como de neuronas, porque están implicados los mejores investigadores del mundo”, afirma Alcamí no sin antes plantearse: “No sabemos si seremos lo suficientemente inteligentes como para sobrepasar a este virus tan diabólico”.

Imágenes de linfocitos sin infectar (izq) y de linfocitos infectados por el VIH (dcha). Fotografía de la Unidad de Inmunopatología del sida, Instituto Carlos III.
Imágenes de linfocitos sin infectar (izq) y de linfocitos infectados por el VIH (dcha). Fotografía de la Unidad de Inmunopatología del sida, Instituto Carlos III.

Una vacuna con múltiples variantes

En opinión del científico, la vacuna contra el VIH “va a ser mucho más compleja que las que ya existen contra cualquier otro virus”, como el de la gripe cuya vacuna incluye solo dos variantes . Esto se debe a que la facilidad del virus a modificarse de forma veloz obliga a tener que utilizar distintos prototipos.

“Es decir, en el caso de la vacuna VIH, la rápida evolución del virus dificulta la la vacunación porque no nos basta con una o dos inyecciones, ni siquiera tres o cuatro, sino que en este momento tendríamos que hacer muchas inyecciones a tiempos muy definidos y con proteínas diferentes”, explica.

“Esa estrategia no es aplicable en este momento -matiza- pero sí se están haciendo una serie de abordajes muy inteligentes para intentar que en vez de necesitar doce inyecciones de proteínas diferentes, el sistema inmunológico aprenda más rápidamente".

Los virus fundadores

El grupo de investigación que dirige el doctor José Alcamí en el laboratorio de Retrovirus del Centro Nacional de Microbiología está integrado, entre otros, por las doctoras Nuria González y Maite Pérez Olmeda, en vacunas, y por Eloisa Yuste, en anticuerpos, y forma parte de la Red Española de Investigación del Sida y participa en la Iniciativa Europea para la Vacuna del Sida cuyo compromiso es que al menos un prototipo de vacuna preventiva y dos terapéuticas tengan resultados de ensayos en humanos antes de 2020.

En el laboratorio del ISCIII también están desarrollando nuevos prototipos de vacunas preventivas basados en los virus fundadores, aquellos que son más eficaces para transmitirse y fundar una nueva "colonia infecciosa" en un paciente.

“Debido a la variabilidad del VIH, un paciente infectado puede tener diez mil variantes diferentes de este virus, pero en el momento de la transmisión, cuando se produce una relación sexual contagiosa, el sujeto no es infectado por varias variantes, solo por una, que es el denominado virus fundador”, apunta Alcamí.

“Una hipótesis en la que llevamos años trabajando -añade- es hacer una vacuna que proteja frente a este tipo de virus fundadores”, otro de los objetivos en el proyecto europeo 2020.

La complejidad del VIH también ha hecho que los ensayos, en el ISCIII, con geles vaginales como método de barrera contra el VIH hayan fallado en hembras de macaco y por tanto no hayan pasado a la fase de prueba en humanos. “La potencia del microbicida ensayado no es suficiente y tendremos que desarrollar y ensayar otros derivados de esa misma molécula”, asegura el científico.

Prueba y error, el método de toda investigación que parece estar más presente en el caso del VIH, un virus con el que conviven 36,7 millones de personas en el mundo y que ha matado a 35 millones desde el inicio de la epidemia hace más de treinta años, según los últimos datos de ONUSIDA.

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